Camino de los setenta años, el festival de cine de Valladolid (Seminci) ha circulado indemne por la dictadura, transición y democracia, ha orillado trabas y sorteado imprevistos como una pandemia letal, que ha abierto el camino a una «modalidad híbrida» («online» y presencial), que su director, Javier Angulo, considera casi irreversible para todos los certámenes.
«Después de lo que ha pasado, todos hemos ido asumiendo que los festivales van a ser híbridos, pero nosotros, en la Seminci, vamos a ir a muerte para que la gente también vaya a las salas de cine. Pese a los temores iniciales, hemos descubierto que ambos formatos son compatibles«, ha analizado en una entrevista con EFE.
Catorce ediciones, desde 2008, lleva al frente de Seminci Javier Angulo (Bilbao, 1949), periodista, crítico, director de cine, apasionado de la música y amante de la siesta, y ha encadenado los años de crisis económica y de la pandemia, una dura travesía en la que no se ha dejado los pelos, «porque ya los traía perdidos, sin remedio, desde los veinte», ha ironizado.
Valladolid, gusto por el buen cine
«A lo largo de todos estos años me he dejado mucha pasión y mucha ilusión, que, por otra parte, es lo que exige la Seminci, porque en Valladolid hay paladar de cine, la gente tiene un acusado sentido patrimonial de su festival, y eso conlleva mucha responsabilidad«, ha reflexionado.
El de Valladolid «fue el primer festival de España» que apostó por el sello de autor, prácticamente desde sus comienzos, que años más tarde «programó y personalizó Fernando Lara hasta ponerlo en el mundo», durante las dos décadas en que lo dirigió, entre 1984 y 2004, ha recordado.
«No programamos para críticos ni tampoco para el gran público, sino para la gente que ama el cine de autor, con películas de más o menos riesgo», ha subrayado el director de la Seminci a una semana vista de una nueva edición, la número sesenta y seis de su historia.
El director de la Seminci valora el cariño de la gente
A ese compromiso responde la «edición de supervivencia» a que obligó en 2020 la pandemia durante su etapa más virulenta, consciente de que «no se podía dejar un año vacío; por eso resistimos con el 25 por ciento de ocupación», un esfuerzo que en su opinión ha sido compensado con «una reacción de simpatía y el cariño de la gente».
Después de catorce años en Valladolid se considera un privilegiado, porque hace lo que más le gusta «y además me pagan por ello: me fascina mi trabajo y cada año me invento cosas con el fin de convertir a la Seminci en una cita imposible de eludir«, ha apostillado.


Presupuesto equilibrado
El exiguo presupuesto, este año de unos 2,3 millones (frente a los 7,5 del festival de San Sebastián), no representa un obstáculo insalvable para reafirmar la idiosincrasia de un certamen como la Seminci, diseñado «con mucho equilibrio» y que, por otra parte, «cuenta con mucho apoyo de la industria y directores españoles».
«Amamos el cine español: casi todos los años abrimos con el estreno de una película nacional, hay un día dedicado al cine español, y buena parte de los grandes actores y directores tienen una espiga de honor», ha sintetizado antes de matizar que se ha desvanecido «aquella vieja leyenda de que estrenar en Valladolid era peligroso, de que no se quería al cine español».
Tampoco llegarán este año «estrellas de Hollywood», inasequibles al presupuesto de Valladolid, «primero porque, si no tienen viajes de promoción por Europa, cuestan mucho dinero y segundo porque este año, a su regreso a casa, deben guardar una cuarentena: hay festivales que tiran de cheque, pero ese no es nuestro estilo«, ha advertido en este punto.
Por último, el director de Seminci no encuentra motivos para reunificar en un único galardón, como ha hecho el festival de San Sebastián, los premios dedicados a la mejor actriz y al mejor actor, mientras las mujeres no tengan en el cine «las mismas oportunidades, sueldos y derechos de los hombres: ese día me lo pensaré, pero hasta entonces no veo la ganancia de quitar visibilidad y glamour con dos premios».
Roberto Jiménez